Hace poco volví a toparme con el
ensayo de Marta Traba titulado “Hipótesis sobre una escritura diferente” y decidí
re-examinar la hipótesis trabista que afirma que la escritura femenina es
diferente a la de su homólogo. Traba parte de la idea de que la escritura de la
mujer es más realista, detallada, aclaratoria y precisa que la escritura simbólica
masculina. No es que los textos femeninos sean intelectualmente inferiores a
los masculinos, aclara la escritora argentina, pero asegura que son metafóricamente
pobres:
“…se podría tal vez advertir que: (1) los
textos femeninos encadenan los hechos sin preocuparse por conducirlos a un
nivel simbólico. (2) Se interesan preferentemente por una explicación y no por
una interpretación del universo; explicación que casi siempre resulta dirigida
también al propio autor, como una forma de esclarecerse a sí mismo lo confuso.
(3) Se produce una continua intromisión de la esfera de la realidad en el plano
de las ficciones, lo cual tiende a empobrecer o a eliminar la metáfora y acorta
notablemente la distancia entre significante y significado. (4) Se subraya
permanentemente el detalle, como pasa en el relato popular, lo cual dificulta
bastante la construcción del símbolo. (5) Se establecen parentescos,
seguramente instintivos, con las estructuras propias de la oralidad, como
repeticiones, remates precisos al final del texto, cortes aclaratorios en las
historias”.
Encuentro dos problemas primordiales
en esta hipótesis. Primero que nada, se tiene un conocimiento incompleto de la
escritura hecha por mujeres. No es ningún secreto que el mundo literario está
dominado por hombres –especialmente en Latinoamérica–, y por lo tanto el lector
en general –hombre o mujer– ha sido expuesto a pocos ejemplos de literatura
escrita por mujeres. Dando como resultado un estereotipo muy marcado de la
literatura femenina. El segundo inconveniente de la idea trabiana es el hecho
de encasillar a todas la mujeres en un sólo conjunto. Tradicionalmente, a la mujer
se le ha atribuido una identidad colectiva, en lugar de considerar la identidad
de cada mujer individualmente. No es posible comparar a Jorge Luis Borges con
Amado Nervo, entonces ¿por qué clasificar a Elena Poniatowska y a Rosario
Castellanos en un mismo grupo sin siquiera considerar a Mistral o a Sor Juana?
Traba argumenta que la literatura
femenina carece de invención y que como solamente recuenta hechos cotidianos, no
tiene un gran valor creativo, asegurando que esta cuasi-deficiencia es una
“falta de entrenamiento” porque las escritoras –a diferencia de los hombres
intelectuales que “escriben desde afuera”– “no se deciden a desprenderse de las
experiencias vividas”. ¿Qué es “Cien años de soledad” sino un maravilloso
recuento de la vida provincial en Latinoamérica? Y ¿qué no el mismo García
Márquez ha dicho que su obra está basada en sus propias experiencias? De hecho,
el estilo -y tema- de “Cien años de soledad” es sumamente parecido al de “La
casa de los espíritus” de Isabel Allende. Desafortunadamente, los estudiosos de
la escritura femenina se han concentrado en escritoras que abarcan temas considerados
femeninos o feministas, sin tomar en cuenta que, a pesar de que los brotes de
mujeres escritoras realmente no se dieron a conocer hasta el siglo XVIII,
existe una gran variedad de estilos y temas. No creo que alguien se atreva a
decir que “La amortajada” de María Luisa
Bombay, o “Los sonetos de la muerte” de Gabriela Mistral o los “Hombres necios”
de Sor Juana carecen de técnica y creatividad.
En su artículo, Traba incluye a escritoras internacionales como Doris Lessin y Flannery O´Connor como ejemplos de escritura femenina con falta de creatividad simbólica, olvidándose de Mary Shelley –autora del famoso “Frankenstein”. En la actualidad existen escritoras de literatura fantástica que, sin lugar a dudas, producen obras de suma creatividad. Para muestra está "Harry Potter" de J. K. Rowling.
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