En
la novela La sombra del caudillo de
Martín Luis Guzmán, se desenmascara la corrupción de los altos poderes y se
descubre la pasión por los gobiernos absolutistas, los que deseaban la decadencia
partidista de quienes se encontraban sometidos. La novela entrega una visión de
la tiranía gubernamental que afectó a México en la etapa posterior a la
revolución. Asimismo, se desarrolla una temática respecto a los grupos privilegiados
que manejaban el país. La línea narrativa expresada a través de los personajes,
delata literalmente las maquinaciones subversivas de la alta política.
Por
consiguiente, se presenta al caudillo como un mandatario y hombre de armas
opresivo, sólo aparece dos veces a lo largo de la novela, sin embargo, se puede
percibir la influencia de su poder en la red personal de informantes que actúan
como una extensión de sus ojos, reportándole cualquier actividad sospechosa que
pueda amenazar su autoritarismo. Tal es así, que cuando se entera que Aguirre,
el héroe de la novela, intenta incorporar los ideales democratizadores de la Revolución
Mexicana, y que también tiene ambiciones de ser presidente; da la orden de matarlo.
Otro personaje clave de la novela es Axkaná; un letrado que promueve un
discurso filosófico sobre los ideales democráticos, pero que tiene que
exiliarse después de la muerte de su amigo Aguirre. Además, “El caudillo tenía unos
soberbios ojos de tigre, ojos cuyos reflejos dorados hacían juego con el
desorden, algo tempestuoso, de su bigote gris” (Guzmán, 54). Este personaje no
pretende postularse para una reelección presidencial: simplemente es el
mandatario que apoya la candidatura de Hilario Jiménez, sin otra intención que
la búsqueda de su propio beneficio político y económico. También, como una
forma de consolidar su estatus, ya que aunque no decida por el momento impulsar
su re-postulación, el caudillo seguirá moviendo los hilos del poder, aun cuando
la cara visible sea otra. Queda de manifiesto que este presidente represivo no
tolera ningún movimiento político o social que pueda amenazar su control total
de poder.
En
las afueras de Toluca, en un lugar del camino, el General Aguirre es asesinado
para limpiarle la carrera a la presidencia a Jiménez. El final es desalentador,
ya que el dictador sigue haciendo un uso pleno del poder, mientras que el héroe
muere. En consecuencia, la novela muestra una extraordinaria manipulación del
poder, concentrado en las manos de un solo hombre; el presidente. Es evidente
cómo el dictador se esfuerza por controlar todo, situación que se hace patente
al observar el comportamiento de los políticos militares: “…doblez y les
consentía jugar, hasta el último instante, con una y otra posibilidad. Los más
de ellos engañaban, de hecho o en apariencia, a los dos bandos: permanecían
semiocultos en la sombra, se mostraban turbios, vacilantes, sospechosos”
(Guzmán, 52).
En La sombra del caudillo, se encuentra el contrapunto entre el
paisaje y las palabras de los actores principales; un narrador objetivo,
clásico y aparentemente imparcial, respecto a la voz omnisciente que toma la
palabra hasta los últimos capítulos. Se relata desde la cúspide misma del
poder, aquellas acciones determinantes que afectan a los personajes más
idóneos: ministros de la guerra y del interior; diputados, ex secretarios y
correligionarios de la misma facción política. Se postulan entonces y siempre
con la influencia del caudillo desde la sombra, las nuevas reglas del juego
para que los participantes reciban sus ganancias y para que no sean expulsados
del seno mismo del poder representado por la “nueva familia revolucionaria”.
Por consiguiente, el
caudillo sigue una senda que se intersecta con la crueldad y la violencia,
propia de un dictador calculador y “maquiavélico”. Las modificaciones del hecho
histórico, crean a través del argumento de la novela de Guzmán, un esquema en
que el ideal de la revolución se pierde en medio de los asesinatos cometidos
por los políticos militares, quienes profesan en lugar del idealismo, el principio
de “asesinar” a los enemigos para evitar la disidencia, aunque cuando en
realidad, más que la intención de limpiarse el camino, lo que buscan es radicalizar
cada vez más la opresión de sus
opositores, quienes a su vez reverencian cada acto sin ningún deseo de
emancipación, por la cobardía que les provoca el miedo a ser aniquilados por el
poder político-militar. De
esta forma un complot político que puede pasar inadvertido en la historia
oficial, se transforma mediante la ficcionalización parcial, en un caso
especial que permite denunciar la “verdadera” situación política del gobierno
revolucionario. Por lo tanto, se puede considerar este método como la típica
novelística del Realismo, por medio del cual los elementos ficticios se hacen cada
vez más verdaderos. Es decir, más ilustrativo en relación con el acontecimiento
histórico que sirvió como punto de partida para El caudillo.
También,
el narrador presenta las características del coronel Aguirre que tienen matices
de fatalismo y que lo atan a un destino prefijado, por ejemplo:
“…ocurría como
si en el drama profundo que estaba desarrollándose los personajes no obraran de
propia iniciativa —obedientes a sus impulsos, su interés—, su carácter, sino
que sólo siguieran, simples actores, los papeles trazados para ellos por la
fuerza anónima y multitudinaria. Los
obligaba ésta, desde la sombra a aprender su parte, a ensayarla, a realizarla.
(Guzmán, 54).
Patricia Carrasco
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