domingo, 25 de agosto de 2013

José Fernández un poeta finisecular y un héroe decadente en conflicto con la sociedad burguesa en "De sobremesa" de José Asunción Silva


José Fernández Andrade, personaje De sobremesa, es el poeta prototipo del modernismo y de hecho representa al artista finisecular en conflicto con la sociedad burguesa, que lo desprecia como intelectual y que lo obliga a transgredir las normas de la mayoría, pero en la que irónicamente se ve obligado a vivir como un ciudadano burgués (Gómez, XX). En la descripción de la casa natal de Fernández, en Colombia, donde el lujo de la decoración: las cristalerías, las porcelanas china, las alfombras y los tapices aterciopelados se combinan con la presencia de reproducciones: "…destacándose del fondo oscuro del lienzo, limitado por el oro de un marco florentino, sonreía con expresión bonachona, la cabeza de un burgomaestre flamenco, copiada de Rembrandt."(Silva, 109). Tal es así que en el marco inicial de la novela, rodeado de sus amigos, Fernández confiesa el principio creativo de su obra poética, la asimilación y la emulación:
(...) de un lluvioso otoño pasado en el campo leyendo a Leopardi y a Antero de Quental, salió la serie de sonetos que llamé después Las almas muertas; en los Días diáfanos cualquier lector inteligente adivina la influencia de los místicos españoles del siglo XVI , y mi obra maestra, los tales Poemas de la carne, que forman parte de los Cantos del más allá, que me han valido la admiración de los críticos de tres al cuarto, y cuatro o seis imitadores grotescos, ¿qué otra cosa son sino una tentativa mediocre para decir en nuestro idioma las sensaciones enfermizas y los sentimientos complicados que en formas perfectas expresaron en los suyos Baudelaire y Rosseti, Verlaine y Swinburne?... (Silva, 113).
Si bien la cita parece contraponer dos valoraciones del principio de la reproducción, habría un servilismo ecoico, el de los “imitadores grotescos” y una imitación selectiva y asimilativa. Sin embargo, la imitación en la novela de Silva parece acentuar la pérdida,  resumida en el sintagma “tentativa mediocre” (Silva, 113), pérdida que se asienta en una dificultad lingüística, en la incapacidad de la traducción: “…para decir en nuestro idioma las sensaciones enfermizas y los sentimientos complicados…” (Silva, 113) la sensibilidad simbolista[1] y decadentista[2]. Entonces, se podrá decir que José Fernández es una réplica latinoamericana del héroe decadente, porque para él la sensibilidad exacerbada del artista, el sentimiento de tedio, la abulia, la pasividad y los estados alucinatorios mediante el uso de drogas, la búsqueda de lo artificial, el misticismo mezclado con el erotismo y los desvíos sexuales como la necrofilia, exhiben también los límites de la asimilación. Mediante las continuas alusiones y reflexiones sobre la copia, la máscara, la pose, la teatralidad y la intertextualidad; De sobremesa expone de manera autorreferencial los modos de apropiación de las estéticas europeas finiseculares y señala a través  de las imágenes del acopio, de la biblioteca atiborrada y del museo, los riesgos que entraña la saturación.
Por consiguiente, el Decadentismo literario y el moral consisten en el “refinamiento de un espíritu que huye de los lugares comunes y erige a “dios” de sus altares en un ideal estético que la multitud no percibe”, pero que Fernández distingue con una videncia moral, con un poder para sentir lo suprasensible. 
La escena de la novela se abre y se cierra con la lectura del diario. En el mismo lugar comienza y termina, en donde se lleva a cabo la sobremesa que por cierto da nombre a la novela. Un lugar al que se le da una especial idealización al inicio de la lectura, es decir, un ambiente apropiado para el desarrollo de los acontecimientos que en el diario están inscritos y listos para ser escuchados por aquellos amigos. Una reunión al estilo ceremonial para unos pocos elegidos, sus amigos, la cual se construye como un relato que funciona especialmente para delimitar la extensión narrativa del diario de José Fernández. La descripción que se hace del salón, de acuerdo al modo típico de la escritura de los modernistas, casi un boudoir decorado con espesos cortinados, iluminado apenas por la luz tenue de las velas. Fernández y sus amigos gozan allí ociosamente y con un matiz sensual, de los aromas entremezclados de cigarros importados, de las exquisitas bebidas alcohólicas, del café y el té de los más lejanos y exóticos países. Todas estas sensaciones hacen que José quede inmerso en el saloncito íntimo, dejando fuera cualquier vestigio del mundo real.
Patricia Carrasco


[1] El nuevo símbolo es un misterio, un arcano indescifrable; es lo esotérico llevado a sus últimos límites; es el arte de dar a adivinar al lector los más oscuros enigmas, y ello, tanto en el ocultismo mágico de los pensamientos, como en la quinta esencia de las palabras y los giros del lenguaje (Monroy, 8).

[2] Max Nordau y Paulhan explican los orígenes del “decadentismo” que se llama el nuevo “misticismo” y Pompeyo Gener  que concreta más la idea en su libro “Literatura Malsanas” al afirmar que: “el fin de esta literatura poética no es el de expresar ideas, sino ciertos estados generales, vagos e indefinibles de la sensibilidad (Monroy, 7).

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