José Fernández Andrade, personaje De sobremesa, es el poeta prototipo del
modernismo y de hecho representa al artista finisecular en conflicto con la
sociedad burguesa, que lo desprecia como intelectual y que lo obliga a transgredir
las normas de la mayoría, pero en la que irónicamente se ve obligado a vivir
como un ciudadano burgués (Gómez, XX). En la descripción de la casa natal de
Fernández, en Colombia, donde el lujo de la decoración: las cristalerías, las porcelanas
china, las alfombras y los tapices aterciopelados se combinan con la presencia
de reproducciones: "…destacándose del fondo oscuro del lienzo, limitado
por el oro de un marco florentino, sonreía con expresión bonachona, la cabeza
de un burgomaestre flamenco, copiada de Rembrandt."(Silva, 109). Tal es así
que en el marco inicial de la novela, rodeado de sus amigos, Fernández confiesa
el principio creativo de su obra poética, la asimilación y la emulación:
(...) de un lluvioso otoño pasado en el campo leyendo a Leopardi y a
Antero de Quental, salió la serie de sonetos que llamé después Las almas muertas; en los Días diáfanos cualquier lector
inteligente adivina la influencia de los místicos españoles del siglo XVI , y
mi obra maestra, los tales Poemas de la
carne, que forman parte de los Cantos
del más allá, que me han valido la admiración de los críticos de tres al
cuarto, y cuatro o seis imitadores grotescos, ¿qué otra cosa son sino una
tentativa mediocre para decir en nuestro idioma las sensaciones enfermizas y
los sentimientos complicados que en formas perfectas expresaron en los suyos
Baudelaire y Rosseti, Verlaine y Swinburne?... (Silva, 113).
Si bien la cita parece contraponer dos
valoraciones del principio de la reproducción, habría un servilismo ecoico, el
de los “imitadores grotescos” y una imitación selectiva y asimilativa. Sin
embargo, la imitación en la novela de Silva parece acentuar la pérdida, resumida en el sintagma “tentativa mediocre” (Silva,
113), pérdida que se asienta en una dificultad lingüística, en la incapacidad
de la traducción: “…para decir en nuestro idioma las sensaciones enfermizas y
los sentimientos complicados…” (Silva, 113) la sensibilidad simbolista[1] y
decadentista[2]. Entonces, se podrá decir que José
Fernández es una réplica latinoamericana del héroe decadente, porque para él la
sensibilidad exacerbada del artista, el sentimiento de tedio, la abulia, la
pasividad y los estados alucinatorios mediante el uso de drogas, la búsqueda de
lo artificial, el misticismo mezclado con el erotismo y los desvíos sexuales
como la necrofilia, exhiben también los límites de la asimilación. Mediante las
continuas alusiones y reflexiones sobre la copia, la máscara, la pose, la
teatralidad y la intertextualidad; De
sobremesa expone de manera autorreferencial los modos de apropiación de las
estéticas europeas finiseculares y señala a través de las imágenes del acopio, de la biblioteca
atiborrada y del museo, los riesgos que entraña la saturación.
Por consiguiente, el Decadentismo literario y
el moral consisten en el “refinamiento de un espíritu que huye de los lugares
comunes y erige a “dios” de sus altares en un ideal estético que la multitud no
percibe”, pero que Fernández distingue con una videncia moral, con un poder
para sentir lo suprasensible.
La escena de la novela se abre y se
cierra con la lectura del diario. En el mismo lugar comienza y termina, en
donde se lleva a cabo la sobremesa que por cierto da nombre a la novela. Un
lugar al que se le da una especial idealización al inicio de la lectura, es
decir, un ambiente apropiado para el desarrollo de los acontecimientos que en
el diario están inscritos y listos para ser escuchados por aquellos amigos. Una
reunión al estilo ceremonial para unos pocos elegidos, sus amigos, la cual se
construye como un relato que funciona especialmente para delimitar la extensión
narrativa del diario de José Fernández. La descripción que se hace del salón, de
acuerdo al modo típico de la escritura de los modernistas, casi un boudoir decorado con espesos cortinados,
iluminado apenas por la luz tenue de las velas. Fernández y sus amigos gozan
allí ociosamente y con un matiz sensual, de los aromas entremezclados de
cigarros importados, de las exquisitas bebidas alcohólicas, del café y el té de
los más lejanos y exóticos países. Todas estas sensaciones hacen que José quede
inmerso en el saloncito íntimo, dejando fuera cualquier vestigio del mundo
real.
Patricia Carrasco
[1] El nuevo símbolo es
un misterio, un arcano indescifrable; es lo esotérico llevado a sus últimos
límites; es el arte de dar a adivinar al lector los más oscuros enigmas, y
ello, tanto en el ocultismo mágico de los pensamientos, como en la quinta
esencia de las palabras y los giros del lenguaje (Monroy, 8).
[2] Max Nordau
y Paulhan explican los orígenes del “decadentismo” que se llama el nuevo
“misticismo” y Pompeyo Gener que
concreta más la idea en su libro “Literatura Malsanas” al afirmar que: “el fin
de esta literatura poética no es el de expresar ideas, sino ciertos estados
generales, vagos e indefinibles de la sensibilidad (Monroy, 7).
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