En La Vorágine se explicita
la incompetencia de la estructura estatal, su dependencia del capital
extranjero, la inexistencia de sus límites, lo que produce un espacio donde
existe un conglomerado de pobladores de distintas procedencias y en el que las
únicas leyes que funcionan las imponen los industriales.
Al examinar el estado de las costumbres políticas, sociales en
Latinoamérica durante el último período del siglo XIX, en La vorágine se muestra la tendencia a formar un paralelo entre la
historia de ayer y la de hoy, sacando de esta doble comparación las
consecuencias precisas, no para justificar que los gobiernos pasados fuesen
mejores o peores que los presentes, sino para probar lo poco que se ha
progresado y lo mucho que se debería seguir avanzando en la libertad de
expresión para hacer alarde de una verdadera emancipación de pensamiento. En la
obra se sostiene que la libertad de la cual se dice que goza el ser humano, es
una ilusión y que el despotismo de ayer se refleja en las costumbres del
presente. Por consiguiente, el objetivo se orienta a enseñar lo absurdo de la
vida en los acontecimientos acaecidos a los caucheros.
Clemente Silva denuncia la
terrible vida a que están expuestos los pobres hombres y mujeres que trabajan dominados:
Mientras los
marineros obedecían, medité mis planes: ir al Consulado de mi país, exigirle al
Cónsul que me asesorara en la Prefectura o en el juzgado, denunciar los
crímenes de la selva, referir cuanto me constaba sobre la expedición del sabio
francés, solicitar mi repatriación, la libertad de los caucheros esclavizados,
la revisión de libros y cuentas en La Chorrera y en El Encanto, la redención de
miles de indígenas, el amparo de los colonos, el libre comercio en caños y
ríos. Todo, después de haber conseguido la orden de amparo a mi autoridad de
padre legítimo, sobre mi hijo menor de edad, para llevármelo, aun por la
fuerza, de cualquier cuadrilla, barraca o monte (Rivera, 62).
Esta
situación es un reflejo de la realidad política de Colombia, del mundo social o
del carácter latinoamericano del siglo XIX.
La vida de los caucheros es virulenta se desarrolla en un una selva que
aunque es un lugar abierto, una naturaleza frondosa es peor que un panóptico en
donde el movimiento y la comunicación resultan imposibles. Las vidas de los
personajes se transforman en un eterno castigo que los sumerge en un mundo de
oscuridad, incomprensión, desamparo, aislamiento y opresión. Esta suerte de esclavitud
es transmitida de padres a hijos ya que las deudas que estos caucheros contraen
jamás son saldadas y por consiguiente los hijos son los que van heredando la
esclavitud moral y física:
"—Ay, señor,
parece increíble. Son picaduras de sanguijuelas. Por vivir en las ciénagas
picando goma, esa maldita plaga nos atosiga, y mientras el cauchero sangra los
árboles, las sanguijuelas lo sangran a él. La selva se defiende de sus
verdugos, y al fin el hombre resulta vencido" (Rivera, 51).
Es la revancha de la selva que se desquita
por las barbaridades que acometen los empresarios en contra de sus tesoros; “el
oro blanco”. Ese tesoro es lo que ha
atraído a la casa Arana llegar hasta Colombia y explotar en su provecho a costa
de vidas humanas y en contra de los árboles:
¿Quién estableció el desequilibrio entre la realidad y el alma
incolmable? ¿Para qué nos dieron alas en el vacío? ¡Nuestra madrastra fue la
pobreza, nuestro tirano, la aspiración! Por mirar la altura tropezábamos en la
tierra; por atender al vientre misérrimo fracasamos en el espíritu. La medianía
nos brindó su angustia. ¡Sólo fuimos los héroes de lo mediocre!
¡El que logró entrever la vida feliz, no ha tenido con qué comprarla; el
que buscó la novia, halló el desdén; el que soñó en la esposa, encontró la
querida; el que intentó elevarse, cayó vencido ante los magnates indiferentes,
tan impasibles como estos árboles que nos miran languidecer de fiebres y de
hambre entre sanguijuelas y hormigas! (Rivera, 64).
Con las palabras del fragmento anterior se
confirma una vez más la vida de violencia de estos seres. Muestra una visión
abismantemente sanguinaria. Además de todas estas denuncias en la obra se suma
el caso del Coronel Funes, las matanzas
y crueldades acontecidas en los caucheros, del Gobernador, del Juez, del
Jefe Civil y del Registrador, autoridades que no les importa la situación de
estas personas, ya que mientras ellos sigan engrosando su capital, hacen una
vista gorda de los abusos y crueldades que sufre el pobre:
Y no es raro ver en la población a individuos que, llegados de lueñes
tierras, se detienen frente a un ventorro y dicen al ventero con urgida voz. :
“Señor Juez, cuando desocupe de pesar caucho, háganos el favor de abrir la
oficina para presentar nuestras demandas”, y se les responde: “Hoy no los
atiendo. En esta semana no habrá
justicia: el gobernador me tiene atareado en despachar mañoco para sus
barraqueros del Baripamoni” (Rivera, 83).
Sea cual fuere la forma de Gobierno que rige a un país, es necesario que
esta se ajuste estrictamente a los principios de justicia e igualdad; la
transición hacia una nueva forma de Gobierno, debe tener lugar bajo estas bases
de convivencia social, de otra forma, el Estado deriva hacia una condición de
anarquía e inequidad social, donde las
consecuencias serán regularmente violentas e insufribles para las minorías
oprimidas, en nombre de una revolución,
de progreso que distorsiona el sentido
real de la libertad.
En conclusión, expulsar de las
conciencias las pautas prescritas por la estructura opresora y transformar la
realidad de subyugación, es un proceso de permanente liberación que implica
adoptar conciencia de la dualidad que convive en la personalidad del ser e
integrar esos rasgos opuestos a la realidad:
En la agencia de vapores dejé una carta para el Cónsul. En ella invoco sus sentimientos humanitarios
en alivio de mis compatriotas, víctimas del pillaje y la esclavitud, que gimen
entre la selva, lejos de hogar y patria, mezclando al jugo del caucho su propia
sangre. En ella me despido de lo que
fui, de lo que anhelé, de lo que en otro ambiente pude haber sido. ¡Tengo el presentimiento de que mi senda toca
a su fin, y, cual sordo zumbido de ramajes en la tormenta, percibo la amenaza
de la vorágine! (Rivera, 94).
La vida, es un
equilibrio entre polos opuestos irreconciliables. Conforme a esto, la
contradicción opresor-oprimido, puede superarse si existe un cambio de
percepción del lado opresor, si hay una expulsión de los mitos creados y
desarrollados por la estructura subyugante y si hay un reconocimiento de la
situación concreta que genera la opresión.
Patricia Carrasco
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