domingo, 25 de agosto de 2013

Realidad y alucinación frente a la muerte trágica en "El hijo" de Horacio Quiroga



Importante destacar en el cuento El hijo de Horacio Quiroga es el tema  del accidente fortuito que produce la fractura de la vida, los símbolos referidos en el cuento, la magnificencia de la importancia del hijo para el padre, la predicción del trágico final y el uso de las distintas variantes de "alucinación" que prefiguran el final del cuento, así como las constantes reticencias del narrador, que habrán de terminar en una mucho mayor, cuya marca textual es exagerada, para acentuar el efecto. Según A. Philonenko, el pensamiento pesimista, irracionalista, desesperado, filosófico del absurdo, que se presenta en el padre, del cuento El hijo, es especialmente acertado, porque considera como suya una filosofía de la tragedia. Esto significa afirmar que detrás de su pensamiento hay una conciencia trágica que lo produce. La conciencia de tal desacuerdo es lo que impregna su filosofía, que es de un profundo pesimismo, porque le lleva a la conclusión que el mundo es esencialmente lucha entre realidades irreconciliables, imposibilidad esencial de que el hombre vea cumplidos sus  deseos, inutilidad de todos sus esfuerzos. 
Por todo ello, parece superficial la característica que se hace del personaje antes mencionado, acerca de que es irracionalista o pesimista sin más. No se trata en él  de una actitud nacida de la negrura de su carácter, ni es su filosofía la extrapolación de un talante agrio y destructivo o al menos no es sólo eso. Estas apreciaciones psicológicas suelen ser con frecuencia compañeras de conclusiones triviales. Es posible encontrarse ante algo de mayor calado, pues la conciencia trágica es antes que nada eso, voluntad de definir y de expresar aquello que se ha llegado a ver y contemplar. En este caso, es la profunda contradicción que hay entre las dos realidades que llenan el mundo: la voluntad y el conocimiento. La imposible reconciliación entre ambas, su antagonismo esencial y definitivo. 
Por consiguiente, lo trágico es comprender que la voluntad es afirmación del deseo de vivir y que el conocimiento es constante de la muerte. Además, lo trágico es que la voluntad también se halla en contradicción consigo misma, en cuanto que se manifiesta en individuos a los que no puede tener en cuenta; lo trágico, en fin, se muestra en la vida ética cuando el sujeto humano descubre que la vida no tiene un sentido preestablecido y que la historia es un tejido de contrasentidos, protagonizada por el absurdo y la muerte.                                                                                          
El pensamiento del padre en El hijo, es una filosofía de la tragedia porque también son funestas, la única salida posible a esa situación. La escisión radical entre la vida y la conciencia sólo permite que el hombre pueda llegar a convertirse en espectador impasible de una desgracia o infortunio de la que es, a pesar suyo, actor. La acción y la contemplación son definitivamente enemigas en un mundo en el que querer y conocer son fines enfrentados. La historia se convierte así en una farsa tragicómica. Trágica vista en su conjunto y cómica vista en (lo) particular. “El hijo” de Quiroga, el muchacho de trece años se despide después de las recomendaciones y de la orden de volver a la hora de almorzar de su padre, para partir a cazar. Al rato, suena un disparo, el padre piensa que su muchacho ha matado por lo menos dos palomas, sin embargo continúa su tarea. Más tarde se da cuenta que son las doce y no ha llegado el hijo. El progenitor pensando que su hijo no demorará, decide esperarlo más tiempo. A las doce y media el hombre sale a buscar al muchacho, cavilando que ha ocurrido algo malo, imaginando cosas, entra al monte, recorre las sendas de caza y alucina con que encuentra a su hijo y regresan juntos a casa ya siendo casi las tres, pero en realidad el pequeñuelo yace muerto, el chico ha fallecido al no tener cuidado al cruzar el alambrado con la escopeta en la mano. Por consiguiente, al individuo sólo le queda la posibilidad de reconocer y aceptar la realidad para no extrañarse de sí mismo.  Por ende, lo único sensato que le cabría hacer es abrir los ojos y reconocer que el verdadero destino de la existencia humana es el dolor y que no se puede eludir: “…se entra en el mundo con lágrimas; el curso de la existencia es trágico la más de las veces, y su término más todavía”.
Lo trágico de la muerte en El hijo no es solamente que ésta haga manifiesta la miseria del yo, sino también que revele el carácter indestructible de la voluntad, mostrando que la existencia es una eterna rueda que gira sin cesar y en la cual se da una infinita repetición de lo mismo. Todo lo que ha sido, todo lo que ha vivido y querido, se repetirá por los siglos de los siglos. El individuo se descubre como manifestación de una voluntad de vivir que no le tiene en cuenta como tal y, por tanto, a la que tiene que negar. Pero negarla es otra forma de morir; consciente y lenta. He ahí la situación trágica por excelencia: se haga lo que se haga, se labra su propio infortunio.                             
Además, la imagen mental constituye el producto de una actividad de representación, y no una simple réplica de lo real. La mayor parte de los estudios han versado sobre alucinaciones en los que están perturbados por problemas mentales, producto del dolor. Esto es lo que se pasará a analizar en el cuento El hijo de Horacio Quiroga.                                                                                                   
En El hijo, se recurre a varios recursos para lograr esta transición. No es unívoca, pues el narrador extradiegético juega con la idea que se va formando el lector, conforme avanza el texto y pasa de la realidad a la fantasía una y otra vez. Para empezar, la enumeración que se repite idéntica y que caracteriza el ambiente físico del cuento, crea en el lector la idea de febrilidad y por lo tanto permite fácilmente el paso al concepto de la alucinación. Por otro lado, hay un trastrueque entre la figura del padre y la del hijo. El primero adquiere una actitud pasiva, mientras el segundo, una posición activa reafirmada por el símbolo de poder de la escopeta. Además, el hecho de que el hijo tenga ojos azules, supone una claridad en sus intenciones, reafirmada por el sema de la inocencia, y que también va a permitir el paso de lo real a lo fantástico sin mayor violencia hacia el lector.               
Por consiguiente, el uso de las distintas variantes de "alucinación" prefigura el final del cuento, así como las constantes reticencias del narrador, que habrán de terminar en una mayor cuya marca textual es exagerada, para acentuar el efecto. También, el hecho de que no necesite ver con los ojos al hijo, sino en su mente, para saber que ha salido de la casa; permite colegir que todo está sucediendo en ésta y no en la realidad sensible. Otra consecuencia que introduce indirectamente el tema de la muerte en el “vital” día de verano con la pena, la soledad producto de la temprana viudez del padre. Los pensamientos de este progenitor van cambiando a lo largo del cuento, los campos semánticos que abrió al principio se cierran y se abren los opuestos. Al responder, con otra reticencia que anuncia la mayor que habrá de venir después, por ejemplo: el hijo que no mató ninguna garza y aunque se escuchó el disparo; en el cuento esta acción adquiere toda la lógica interna que se requería.
Tras la presentación de una situación y la relación padre-hijo en un ambiente realista durante unos cuantos párrafos, se percibe la fantasía del padre. “Ya en plena dicha y paz, ese padre ha sufrido con la alucinación de su hijo rodando con la frente abierta”. También, lo imaginaba lleno de sangre mientras el hijo trabajaba a su lado en el taller y lo presintió muerto cuando tardó en el monte y fue en su busca. Y entonces “… en cada rincón sombrío de bosque ve centelleos de alambre, y al pie de un poste, con la escopeta descargada al lado ve a su… (…) --Chiquito… ¡Mi hijo!”. El final impacta también, por la clara descripción del padre que tras enfrentar la tragedia, él tiene la fantasía de recuperar a su hijo e inicia un trágico regreso con él, inexistente, a su lado. “Sonríe de alucinada felicidad. Pues ese padre va solo”.
Además, las fantasías del padre o mejor dicho sus alucinaciones; quien ya había sufrido la pérdida de su esposa, situación que tal vez lo haya marcado de tal manera que lo lleva a tener dos tipos de alucinaciones o más bien un estado premonitorio acerca de la pérdida de lo único que le va quedando, su hijo. Por otra parte, una alucinación como huida al dolor al ver el cuerpo de su hijo tendido entre el alambrado: “(…) al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bien amado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana”. Por lo tanto, dos tipos de alucinación en el padre: la premonitoria y la sustitutiva, es decir, suplir la realidad que está observando por otra idealizada o sublimizada. También hay alucinaciones más rutinarias y menos violentas, como las que el padre tiene sobre la cotidianidad. Por ejemplo: cuando "ve" en su mente las acciones de su hijo.

Patricia Carrasco

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